domingo, 5 de octubre de 2014

Lucy Escribe: El Hombre y el Mirlo

Existió una vez, un hombre de color gris. Todo en él era de  la misma tonalidad monocromática. Desde su piel, pasando por sus ojos, hasta llegar al traje rayado que vestía todos los días de su vida.
Aquel Hombre Gris tenía una única ambición en su vida, una única misión otorgada por el mundo al que pertenecía. Debía caminar todos los días de su existencia por un camino de rocas afiladas como cuchillos, repleto de espinas y agujas, con la promesa de que al final llegaría a un palacio de oro y diamantes. Al palacio más bello que sus grises ojos alguna vez hubiesen contemplado. El Hombre cumplía con su encomienda orgullosamente, día a día, seguro de que la promesa de piedras y metales preciosos lo esperaba al acabar.
Todos los días obligaba a sus maltrechos pies a avanzar un poco más, sin pensar en nada más que en el palacio. Sin pensar en nada.
No obstante, el mundo le había hecho al Hombre Gris otra promesa. Le habían dicho que a lo largo del camino encontraría su vista periférica obstaculizada por unos inmensos rosales, y que mientras su travesía durase, debía arrancar la mayor cantidad de rosas de esos rosales, puesto que a mayor cantidad de rosas, mayores serían las riquezas que encontraría dentro del palacio de oro y diamantes. El hombre, sin titubear, obedecía cada día, aun a pesar de que cada vez que arrancaba una rosa, el rosal entero se marchitaba y moría. Aún a pesar de que cada vez que arrancaba una rosa, las púas del  camino parecían volverse más filosas y perforaban sus pies como si los mismos fueran de papel. 
Día tras día el hombre avanzaba por el camino. Algunas veces cubriendo distancias más largas que otras, mas nunca dejando de caminar.  En ocasiones caía de bruces al suelo, y entonces se veía obligado a arrastrarse por las rocas tan dañinas. De modo que su cara mostraba las mismas cicatrices que sus manos  y sus pies. Pero a él no le importaba, porque la promesa de las riquezas al final del camino era más importante que su propia integridad física.
Así caían los soles y subían las lunas. Así lo encontraban las nubes y la lluvia. Siempre avanzando, sin importar que pasase.
Por otro lado desde el comienzo de la travesía, había seguido al Hombre Gris un mirlo, el cual cantaba inamoviblemente todos los amaneceres y todos los atardeceres.  El mirlo producía la música más hermosa jamás oída. Empero, el hombre no la oía, simplemente la escuchaba. Era como un ruido de fondo que se extendía durante una hora, todos los días, dos veces al día. De hecho, había momentos en los que el cántico del mirlo se convertía en una gran molestia para el Hombre Gris,  pues corría el riesgo de distraerse de su objetivo por concentrarse en oírlo. Más nunca sucumbió ante la tentación, pues el magnetismo que la promesa ejercía sobre él era más fuerte.
Los días pasaban, y con ellos los meses y los años, con el mirlo cantando cuando el sol se alzaba brillante en el cielo, y cuando caía para ocultarse detrás del horizonte. Con el hombre caminado con los pies sangrantes, arrancando rosas sin pensar en nada más que en lo que su mundo le había prometido.
Así llegó el día en que el palacio se trasformó en un punto minúsculo, pero visible, en el horizonte. Y el Hombre Gris aceleró su paso, ansioso por llegar. Arrancando aún más rosas por día, sin detenerse a meditar en como el paisaje se volvía cada vez más parecido a él, sin sentir como el camino se volvía más rudo a cada rosa que cortaba y sin notar como el sol lo quemaba más fuertemente con cada rosal que se marchitaba.
Y el mirlo cantaba y cantaba. Murmuraba al oído del hombre las melodías más hermosas de la humanidad, deseoso de ser oído.
Hasta que un buen día, el mirlo se cansó de intentar captar la atención del hombre. Y se alejó volando bajo por entre las espinas de los rosales marchitos. El mismo día al Hombre Gris solo le faltaban unos pocos kilómetros para llegar al castillo.
Aquella mañana, el Hombre Gris no echó en falta la bella música del mirlo, pues estaba demasiado concentrado en la visión que tenía al frente. La imagen del castillo que refugia con la intensidad de mil soles.  Avanzó como hipnotizado hasta que llegó el atardecer y nuevamente el mirlo no cantó. Fue entonces cuando una duda asaltó su mente, siendo el primer pensamiento que su cerebro gris formulaba en toda su vida ¿Qué habría sido del pequeño mirlo que musicalizaba su viaje? Por un instante, el hombre estuvo tentado de alejarse del camino para averiguar el destino de su compañero, pero la imagen del castillo volvió a cruzarse en su campo de visión, borrando toda indecisión.
De ese modo lo encontró la noche, una noche sin estrellas en las que prácticamente no podía ver más allá de su nariz.  Y así lo encontró el chillido. Fue una única nota, sostenida y lastimera, pero fue la primera nota musical que el Hombre Gris realmente oyó en su vida. Era una nota que hablaba de tragedia y dolor, y sin embargo al Hombre Gris le pareció lo más hermoso del mundo, conmoviéndolo hasta las lágrimas. Supo sin lugar a dudas que se trataba del mirlo, de su mirlo. Y echándole una última mirada al palacio, apartó su vista de él.
Se encontró entonces frente a frente con un campo de rosales marchitos, aún más llenos de espinas que el camino por el cual transitaba, y se preguntó si alguna vez habría sido ese un sitio hermoso, si habría sido un lugar tan bello como el canto de su mirlo, se preguntó si él lo habría arruinado al arrancar las rosas.
Estaba seguro de que el mirlo estaba allí dentro, en algún lugar de la vasta extensión de espinas, y se lanzó hacia ellas sin pensarlo dos veces. Intentando con todas sus fuerzas reparar su error.
Resultó ser que el mirlo no había volado muy lejos, incapaz de alejarse de quien él consideraba su amo,  pero que aun así una espina de un tamaño mayor que sus compañeras lo había interceptado. Atravesándolo.  Siendo así como el Hombre Gris lo encontró, con sus negras plumas aún más oscuras donde la sangre las había empapado.
Se trataba de una visión horrible, pero el Hombre Gris no podía apartar la vista, carcomido por la culpa…
El mirlo había muerto por su culpa… Si tan solo lo hubiese oído realmente, olvidándose de la promesa vacía de oro y diamantes, su compañero incondicional seguiría vivo, y aquel paisaje seguiría siendo hermoso.
Llorando desconsoladamente, saboreando el sabor salado de las lágrimas por primera vez en su vida, el Hombre Gris tomo la inmensa espina con la que la vida del mirlo se había apagado, y atravesó su pecho, exactamente a la altura de su corazón.  El dolor fue intenso, pero rápidamente todo acabó.
La sangre, roja y llena de vida, huyó de su cuerpo y empapó el erosionado suelo, el cual la bebió sediento. Y de repente todo cobró vida.
El mirlo comenzó cantar como saliendo de un largo sueño, y las rosas brotaron en todas direcciones, decorando unos arbustos tan verdes como en plena primavera. La noche se hizo día, y el sol calentó tiernamente todo el lugar. Y finalmente, el Hombre Gris abrió los ojos.
Unos ojos que ya no eran grises, sino negros como los de su mirlo. Una piel que ya no era gris, sino bronceada por el sol. El hombre sonrío con las mejillas rozagantes de vida, y tomando a su mirlo delicadamente en las manos, se dispuso a oír su canción por primera vez.


FIN
Espero que les haya gustado! Nos leemos...
Lucy.

Lucy Opina: Mi manía de llegar tarde a los Fandoms

Bien, antes de comenzar, me gustaría explicar para aquellos que no lo tienen bien en claro, cual es la definición del término “fandom”.  Se trata de una palabra de origen inglés, que se usa para hacer referencia a los fanáticos de un tema en particular. Y es probable que si tú, mi querido lector, eres una persona que habitúa navegar por los negros y turbios mares de la internet, ya te hayas cruzado con este vocablo.
Aclarado eso, vamos al grano.  Hace poco, puntualmente una semana, encontré justamente en estos mares (los de internet), en Devianart, unos dibujos sobre una serie llamada Misfits.  Me llamaron la atención, y como no puedo quedarme con la duda de nada, googleé (la palabra anteriormente usada “googleé” no existe como tal, solo para que lo sepan) sobre la susodicha serie. Me gustó lo que encontré y decidí ponerme ello.

Así pasaron los minutos, las horas, los días. Capítulo 1, Capítulo 2, Temporada 1, Temporada 2, pero ¿Quién cuenta? ¿Verdad? Poco a poco comencé a obsesionarme con este nuevo descubrimiento.  Una vocecita en mi mente decía ¡Esto es genial! Por lo que seguía viendo más y más, obsesionándome lentamente.  Todo parecía brillar para mí, una adicta siempre en busca de nuevas adicciones. Y entonces tan rápido como todo comenzó, la decepción apareció… (Ja! ¡Y hasta hago rimas y todo! )
Misfits terminó hace un año. Sí, la serie entera. Terminada. Acabada. Punto final. Y con ella, su fandom, parece haberse ahogado en los mares de la internet.  Y junto con todo eso, mi sueño de hallar gente que hablara de mi nueva obsesión. Por que, ¿Han observado que una vez que algo pasa de moda, su fandom correspondiente sencillamente desaparece de la faz de la tierra?
¿Lo peor de todo? No es la primera vez que llego tarde a un nuevo fandom.
¿Les ha pasado alguna vez que se obsesionan con algo y luego se enteran de que ya ha pasado su auge, dejándolos aislados en una suerte de isla que lleva por nombre: “Los fanáticos que llegaron tarde”?
¡Nos leemos!

Lucy.